domingo, 14 de octubre de 2012

Las palabras que no unen.



El silencio. Refugio en donde se callaba el presente, el futuro y mucho menos se escuchaba el pasado. Si alguna vez hablaron, el pasado era el polvo en las paredes y el futuro el sucio de las ventanas. En mi vida había visto tal muestra de negación, o de miedo. Sólo se miraban y ese era su dialecto. En el colchón hablaban con sus cuerpos. El calor y los besos eran su idioma y para ellos no había más. Todo era mejor que hablar.

Durante las tardes de su silencio, cuando no se atrevían a verse, uno lloraba por hecho de saber que sentía más, mientras el otro lloraba por no sentir igual. Se abrazaban a las horas, manteniendo los labios sellados ya que ambos sabían la verdad. Otra razón para callar y sólo sentir.

“Me cosería los labios si pudiese, pero así no lo podría besar”, pensaba uno de ellos a menudo. “Me cosería a él si pudiese”, pensaba otro.

Había tanto que decir, pero era mejor callar. Siempre era lo mejor. Así pesara, así doliera, pero así era y sería.

Y era mejor mientras las palabras no robaran la magia. No rompieran con verdades, con mentiras, con sucesos, con esto, con aquello, con quejas y angustias; con quien fue primero y vino después  ni quien fue mejor, el peor o si aún no fue. Si fuera por ello, sellarían sus labios eternamente, mientras el silencio fuesen los soportes de su colchón, de su nido de amor.

Cuando circulaban los aviones, cuando rompían las olas, cuando pasaba el tren, cuando la calle rompía en fiesta, él lo único que quería era gritar. Romper todo y gritar. Anhelaba vivir en silencio y gritar hasta morir.

Ni aún estado o sintiendo solo lo hacía. Pesaban más aquellos murmullos en las paredes, la cuales adornaban con cuadros y retratos por cada grito, por cada gramo de silencio.

El silencio guardaba toda aquella inseguridad, problemas, dilemas y pesares. Era su muro de contención. "Si no sé que estoy pisando, no caminaré", se repetía el que sentían más, una y otra vez.

Unas cuantas palabras los guiaron hasta allí hace un tiempo atrás. Callar mantenía la paz y volverían a hablar, sólo para unirse más. Eso soñaba el que callaba más, pero para eso aún faltaba. Aunque él en todo ese tiempo aprendió que las palabras no los unirán al final.

Dormir era un ritual funerario, donde descansaban en paz. Las sabanas eran sus ataúd y ahí permanencia en su silencio lúgubre. Ni siquiera hablaban en sueños. Ni cuando se hacían los dormidos. Aunque lo deseaban. A veces se mantenían despiertos, sin que el otro se diera cuenta, en espera de algún suspiro aunque sea.

Las mañanas eran dulces despedidas, en el que se veían a la cara y se sonreían. Todo era para darse fuerza el uno al otro. Las palabras no los unían, y nadie entendía. Ellos eran los únicos que comprendían y esperarían, así murieran por gritar. 

Contaban los días sin pensar, para que llegara aquel día en el que se pudieran mirar sin miedo a callar una vez más.

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